sábado

El poder de los sueños

Publicado el 11 de julio de 2020

Escrito el 4 de junio de 2020


Me sentí triste, asustado y anonadado. Nunca te acuerdas de cómo comenzó, sólo te ves en una película ya empezada pero extrañamente sabes muy bien quiénes son los personajes.
El sueño empezó en la que fuera mi habitación durante 12 años en Lucas Martín. Mi mamá, como en otros sueños que he tenido, también estaba enferma, sólo que ahora habían llegado a visitarla unas personas que no me dijeron nada, simplemente se instalaron. Había 2 hombres y creo que 3 mujeres. Les dimos la habitación del fondo, la que era de mis padres; mi mamá estaba en la sala y mi papá se alojó en mi cuarto. Medio para tratar de hacer plática me acerqué a la habitación pero los invitados seguían sin hablarme, así que me metí al baño y creo que al salir pude verle bien la cara a uno de ellos. Una mujer y un hombre, ambos bien parecidos; tal vez me dijeron “hola”.

Habían llegado a casa para cuidar a mi mamá pues se suponía que estaba enferma, aunque no sé si de cáncer. Creo que me di cuenta que eran sus hijos por una indiscreción mía, escuché algo entre ellos y supe entonces que también era su madre. El sueño realmente me causó angustia. Corrí a preguntarle a mi mamá y no me dijo nada, se limitó a guardar silencio; la cosa estuvo rara porque se supone que estaba muy enferma pero no había nada en casa que denotara la gravedad del asunto. Como no me dijo nada fui a mi habitación para preguntarle a mi papá, junto a él estaba uno de los invitados, acostado, posiblemente dormido. Le pregunté a mi papá que si estas personas eran hijos de mi mamá y él me dijo que sí, que lo único que sabía era que había estado casada en Saltillo pero que no podía decirme más. Mi habitación tenía la última “configuración” que yo le había hecho: paredes rojo ladrillo, en la cabecera y pies de la cama, y un verde olivo en la pared de la puerta; la cama pegada a la ventana, la tele a los pies, un mueble para guardar ropa y un escritorio para la computadora. Salí del cuarto y me dirigí hacia la puerta principal, no sé bien a qué me salí pero era de tarde y vi las casas tal y como estaban hace casi ocho años que dejé de verlas. Al regresar, las personas (mis hermanos) habían dejado sola a mi mamá, así que aproveché para preguntarle si eran sus hijos. Me senté junto a ella en el sillón que estaba junto a la ventana y lo primero que me dijo fue “mira, ya no estoy enferma, ya me recuperé”, y yo lo único que atiné a decir fue algo como “pero cómo, mamá, si estás muer… cómo es posible”, y ella dijo “sí, mijito, ya me recuperé, mírame”, y entonces la vi maquillada, con un suéter morado. Y sí, se veía bien, saludable, con su cabello café, blanquita ella. De pronto la tarde cedió y los focos de la casa se encendieron; en el comedor estaban los visitantes y yo seguía al lado de mi mamá, sentado. Volví a preguntar si eran sus hijos y me dijo que sí, que de ellos sólo sabía mi tía Gloria, que tuvo cuatro y que estuvo con su pareja 10 años. Yo hacía cuentas (esto me impresiona, cómo diablos te pones a sumar en un sueño) y llegaba a la conclusión de que el más grande me llevaba precisamente una década. No me dijo nunca sus nombres ni quiénes de los que estaban ahí eran sus hijos; no me presentó ni nada, sólo estuvimos ahí. Una cosa que llamó mi atención es que ya de noche, en la sala, había una mesa que jamás he visto, era una mesa chiquita, redonda, café y demasiado alta para ser una mesa de sala.

No le hallo mucho sentido a todo lo que vi en mi sueño que por un momento se sintió como pesadilla, porque realmente me sentí angustiado, pero fue lindo verla bien, sana, como hace 10 o 12 años. Desperté agitado, preguntándome si mi mamá efectivamente tuvo más hijos o si, cuando menos, estuvo casada antes de conocer a mi papá.

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