sábado

La nada

Publicado el 11 de julio

Escrito en los primeros días de julio

Cuando alguien a quien quieres mucho se va de este mundo sientes como si abandonaras esta dimensión y te fueras a otra a navegar en una nada inmensa. No ves nada por la espesa niebla, que vendría a ser tu tristeza; no sientes viento correr, que vendría a ser tu desinterés por la vida, algo natural en tales circunstancias.

Durante el día es calma, no hay nada, el horizonte te ofrece una blanca nada, y al mismo tiempo navegas en otra nada de otro tipo que no ves, sólo la sientes, sabes que te está llevando su corriente, que transitas gracias a una nada que no es la otra nada espesa que no deja ver.

Llegado un momento en el que la nada espesa da tregua, puedes ver en qué te mueves: en mi caso, es un barco grande que cuando es de día no tiene nada, sólo una cubierta, no hay timón, no hay mástil, no hay gaviero que grite "tierra a la vista", no hay capitán, no hay marineros, no hay soga, no hay nada más que una lisa cubierta. No sabes a dónde vas, sólo transitas.

Desde que se fue mamá no me cuesta nada imaginarme la nada ni el escenario que acabo de describir, he pasado tardes enteras imaginándome así, envejeciendo en una nada de la que no sé nada porque no hay nadie que me diga cómo salir o hacia dónde dirigirme para encontrar un mundo en donde existan otras cosas más y no sólo la nada.
            
La noche, por otra parte, es otra cosa. Cuando el día cede su lugar, en el blanco horizonte aparecen nubarrones negros que pronto ofrecen implacables tormentas que agitan a la otra nada, la que no es espesa y sólo sientes, y entonces de la nada pasamos a un mar iracundo e inmisericorde de aguas oscuras que ponen en entredicho la inundabilidad del barco.
            
Al cual, sin que estuviese cerca de percatarme, le nacen mástiles, velas, timones, sogas, oficiales y marineros que no son otros sino figuras iguales a mi triste ser, también con lágrimas dibujadas, también con ojeras por el insomnio, también contemplativos y por tanto distraídos y en riesgo de hundirse con el barco y conmigo por no prestar atención a las labores que instruyo.

Tengo que gritar, fuerte, «dejen de perder el tiempo, nos vamos a hundir; les recuerdo que no sabemos nadar». Toda la noche combatiendo olas que no saben a nada, que cuando las ves venir sientes que te van a golpear pero llegadas estas no sientes nada, lo único de lo que estás seguro es que si tus iguales y tú no hacen nada el barco se va a hundir y entonces sí, la nada al día siguiente estará completa, pues ya no habrá barco, sólo una nada espesa, blanca, que no dará cuenta de nada.

He así imaginado a mi depresión.

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