Escrito en los primeros días de julio de 2020
Hace tres años te fuiste.
Tengo 34 años y a veces me pregunto
cómo encontrarle un sentido a mi vida. Pienso mucho en el pasado: en mi bella
infancia de Saltillo y en los días maravillosos de Lucas Martín donde pude
construir no sólo uno sino varios castillos de felicidad; iba de uno a otro y
en todos no hice más que sonreír. El más importante era ese donde sólo tú y yo,
una maravilla arquitectónica que comenzó a construirse desde que paseaba por
tus adentros.
¿Cuántas noches platicaste conmigo,
cuántos secretos me contaste, cuántas veces me contaste de nuestros planes,
cuántas canciones me cantaste y cuentos contaste, cuánto aprendiste de la vida
teniendo a un ser en tus entrañas, cuántas noches te lastimé y deseaste mi
salida al mundo, cuántos sueños tuviste, cuántas veces te imaginaste conmigo,
yo en tus brazos y mis labios en tus senos absorbiendo vida, por qué me tuviste
si después me ibas a dejar a la mitad de mi vida, por qué nos es tan difícil
asimilar la muerte, por qué no puedo llorar de corrido y sacar todo de una vez,
hasta cuándo me va a durar la melancolía, la nostalgia, la tristeza, cuándo se
va a terminar este suplicio que es extrañar el pasado, por qué no puedo
reiniciarme, por qué no puedo echar el tiempo hacia atrás, cuántos millones de
momentos de alegría te di?, dime para saber que mi existencia ha valido algo,
¿cuántos besos me diste? Dime por favor, aunque ya lo sepa, cuánto me querías.
Hoy por hoy no sé qué hacer conmigo.
Desde que murió mi madre he terminado con dos relaciones, Cinthya y Norma; es
un desbalance terrible el mío. Desde que murió he llorado como nunca. Durante
las primeras semanas el llanto me brotaba sin que tuviera que hacer esfuerzo
alguno. He deseado mi desaparición: quise un día dormir y nunca más despertar,
así tal cual, ¡puf!, desapareció de este mundo, pero no se me concedió; quise y
de hecho le dije a mi madre, o al cielo, o a la luna o a las nubes que por
favor regresara el tiempo, que lo echara para atrás, que me transportara a los
días de Lucas Martín aunque con una trampa: que por un instante supiera yo que
había sido posible para que estuviera enterado de que se me había concedido. La
vida no tiene sentido porque mi mundo era ella. Yo creo que así se sienten los
padres cuando pierden a sus hijos, esto porque viven y trabajan, se desvelan,
se enferman y ríen por ellos. Yo no sabía cuán importante era mi madre hasta
que la perdí y en cierto sentido viví y estudié para ella, todo lo hice para
darle satisfacciones; me habría gustado darle más, me habría gustado ser un
hijo más responsable y menos débil ante las adversidades; me habría encantado
que disfrutara a sus nietos.
Pero ese es un problema: estoy
anclado a un pasado con el que ni siquiera puedo establecer un contacto. Todo
lo que haga será por la memoria de mi madre, por respetar su legado y honrar a
su grandiosa persona. Debo terminar mi tesis y cerrar ese ciclo, debo mejorar
como persona y pasar a una siguiente fase de aprendizaje, debo cuidar la salud
y el estado emocional de mi hoy único compañero: mi padre; debo hacer muchas
cosas y vivir mi presente: ¿cuál es mi presente? Escribir mi tesis, ser feliz
con lo que tengo (que no es poco) y aprenderme el camino de regreso cuando
visite la vereda de ese hermoso pasado pero que al mismo tiempo es peligrosa
porque en ella hay ramas bañadas de tristeza, y caer en ese entresijo es lo que
menos quieres, sencillamente porque no puedes escapar sin lastimarte. Debo
continuar, y así lo haré, por el sacrificio que mi madre hizo durante toda su
vida para que yo saliera adelante y principalmente para que fuera feliz: ese
era su objetivo, me lo dijo varias veces, “lo único que quiero es que seas
feliz”. Es difícil serlo cuando lo que te hacía feliz ya no está, mamá, yo
tampoco te quería dejar de ver; yo quisiera haber nacido sabio para aprovechar
mejor el tiempo contigo, no es que no lo hiciera, pero es inevitable tener ese
sabor en la boca de que te quede a deber. Te extraño mucho. Te amo, te quiero y
si tuviera la oportunidad de verte te daría todos los besos y abrazos que no te
di por mi rebeldía e inmadurez; lo más importante en la vida es la familia y lo
sé hoy que ya no estás. Maldito aprendizaje. Cuando escribo de ti me duele, a
tal grado que lo siento en la garganta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario