Escrito el 2 de noviembre de 2017
Mi madre ha muerto; mi madre ha
muerto; mi madre ha muerto; mi madre ha muerto. Y lo escribiría mil veces para
terminar de creerlo. Siempre pensé que me habían pasado cosas duras de asimilar
y las voy a enlistar a manera de ejercicio de memoria: cuando a los 16 años
casi me encierran durante 3 años en la cárcel por una riña en la que fui
protagonista, lloré una noche en los separos por el temor de ir a un lugar para
el que no estaba preparado; cuando a los 25 mi novia de entonces intentó
suicidarse, no lo consiguió porque yo la rescaté, yo le salvé la vida cuando la
encontré tirada y la llevé al hospital y vi cómo la desnudaron y comenzaron a
provocarle el vómito para que expulsara las pastillas que se había tomado,
después de eso estuvo 4 días en un estado grave, yo salí llorando del hospital
todos los días y en uno de ésos perdí las fuerzas de las piernas y me tiré en
una banqueta para sollozar como un niño desconsolado; cuando a los 27 mi padre
casi muere por unas úlceras reventadas, fue una estancia de una semana en el
hospital en donde vi sufrir a mi madre; y cuando a los 31 se consumó la
anunciada muerte de mi mamá. Con este último acontecimiento supe lo que es el
llanto, la desolación y el dolor.
Con ella se fue una
parte de mí, esto, lo sé, es un lugar común pero no encuentro otra forma de
expresarlo. No sé cuántas noches estuvimos platicando hasta las cuatro de la
madrugada, dialogábamos sobre todos los temas que se nos ocurrían. Antes,
cuando pasé por mi etapa de mandar todo al carajo, mi mamá solía platicar
conmigo sobre cómo es la vida y lo duro que puede llegar a ser el mundo, me
preparó y me advirtió de los peligros de la gente, de nunca mostrar toda la
bondad porque eso, ante tanta gente mala, se convierte en una debilidad.
Recuerdo que se aferró tanto a que yo terminara la escuela secundaria que se
desvelaba conmigo estudiando, forzándome a dar lo mejor de mí. Siempre me dijo
que yo era un chico muy capaz, muy inteligente y, finalmente, cuando ingresé en
la universidad, estalló de felicidad. Nunca dejó de apoyarme, era un amor
incondicional el que me tenía. La extraño mucho. Todavía no me llega por
completo el golpe de su ausencia.
Escrito el 20 de noviembre el 2020
Hoy, justamente un mes después de su
muerte, la soñé. Amanecí jodido de la garganta, con gripe, sabedor de que tal
vez me pondría bastante mal, ya que siempre que me enfermo suele ser bastante
intenso el padecimiento. Y así fue, o eso parecía, porque mientras escribo esto
siento una leve mejora que espero continúe. Pues bien, al despertar en la
mañana lo primero que hice fue comprar pastillas para el malestar ocasionado
por la gripe, lo bueno de dichas pastillas es que, efectivamente, la sensación
de mejora es inmediata, lo malo es que dan mucho sueño. Ya con la droga encima,
procedí a dormir, como a las dos de la tarde. Recuerdo que soñé varias cosas
pero ya no recuerdo qué, y es una pena porque no tiene mucho que desperté, tal
vez hora y media (son las 17:30). En fin, de ese cúmulo de escenas recuerdo una
que me pareció impresionante: yo estaba acostado, probablemente semidormido, en
un sillón, en un rincón; de mi lado derecho estaba un mueble que tuvimos en
casa durante muchos años en donde siempre estuvieron las computadoras, lo
curioso es que no estaba acostado en ninguna de las casas en las que viví con
mi mamá. Era un cuarto pequeño, de paredes blancas, de puerta de lámina negra,
con ventanas. Yo acostado, soñoliento, veo pasar un cuerpo, el cuerpo camina
hacia la puerta pero se detiene, se voltea y camina hacia mí. Mi madre, con los
labios pintados, me da un beso en la mejilla para despedirse y me dice algo
pero no recuerdo qué, tal vez un “ya me voy, al rato nos vemos” que solía decir
siempre que se iba a trabajar, yo le dije, “no, porque me vas a pintar”, jiji.
Reconozco su blusa beige con figuras azules; creo haberle devuelto el beso.
Escrito el 23 de diciembre de 2017
Dos meses sin ella. He vuelto a
soñarla. No sé si a raíz de un video que vi, en el que un químico forense
explica cómo es que vuelve reconocibles rasgos de un cuerpo momificado, me
sugestioné o qué, pero me parece que lo vi en la noche, justo antes de dormir.
Pues bien, en este sueño
yo estaba muy preocupado porque en cuestión de horas empecé a perder el
cabello, no hallaba la forma de peinármelo para tapar mi nueva calvicie. Tenía
un enorme hueco en la aureola y ya me estaba deprimiendo. Yo estaba en mi
cuarto, un cuarto de paredes de madera; una mujer conmigo a la que le tenía
miedo, semidesnuda, me decía no sé qué cuando de pronto la interrumpí para
decirle: mi madre está arriba, en la sala, voy a subir. Al llegar, estaba mi
mamá, en un estado deplorable, como en sus últimos meses, sentada en una de
nuestras sillas del comedor, enfrente mi papá, platicando con ella. No recuerdo
qué nos dijimos. En ese momento ya no me preocupaba mi calvicie.
Siguiente
escena: yo en mi cama, en mi cuarto de paredes de madera con la misma mujer,
sólo que ahora vestida. Mi madre me despierta y al abrir los ojos la veo
maquillada, similar a como la pintaron cuando prepararon su cuerpo. “¡Mamá!
Pero cómo es posible, si tú estás, bueno ya no estás pero estabas, no quiero ni
decir la palabra”, mi mamá interrumpe y dice: “muerta, quieres decir muerta,
pero no, estoy más viva que nunca”. Sé que hubo más cosas en esa parte del
sueño pero ya no logro ver las imágenes.
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